miércoles, 5 de agosto de 2015

Las Brujas de Aranjuez.




 
Tirita bajo las lunas de sus mieles alevosas,
aguarda temblorosa el baile de su espalda,
ese cuajo blanquiamarillento que le otorgará la forma y la poesía pura,
y que sólo poseen las luciérnagas y el río.

Levita entres sus cepas rijosas
que penetran su matriz,
su bajo vientre, delicado
y suave como la tinta de un ángel en el pecho.
Tímida entre sus piernas,
guarda y aguarda en la alcoba,
con ese ramo de margaritas que él le regaló el día de su boda.
Espera vital,
estática y estética,
empapada,
húmeda bajo el rocío de la madrugada.
Estatuas,
guijarros helando el forraje con sus flujos,
alumbrando reptiles,
desangrándolo todo.
Ella calienta sus salientes con cera caliente,
para que no estén fríos cuando él vuelva.
Néctar para las crisálidas,
Bach para las rosas.
Ya van creciendo en la tierra los gemidos,
y los orgasmos resbalan por los hocicos de los lobos.
Sus nalgas ya se han tornado rubíes por el frío.
Guarda y le aguarda en la alcoba.
¡Ya llega!
A lo lejos,
y con él el fantasma de sus pupilas
(el de las rubias y el de las morenas).
Ella calla, abre el lecho,
y comienza la faena.
Al fin el laurel recorre sus muslos,
y su lengua rebaña los derrames del espejo,
llenándose de reciedumbre, juventud y orgullo,
olvidando a su varón por un momento,
deslizándolo a un segundo plano,
abandonándolo a su suerte.
Éste se viste urgentemente
tras una llamada misteriosa.
Mas esta noche el lucero ha sido travieso,
como un duende,
y ha confundido,
¡el muy necio!,
la puerta por la que escaparía,
con la alcoba donde tanto aguardó su espos

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